Una Mirada

En los ojos hay una ventana,
donde la verdad se ve reflejada en el alma,
un alma que no miente, que no pide.
Para saber la verdad, no hay que hacer más
que sentir con los ojos y ver.

Basta una mirada para detener el tiempo,
sin embargo no hay tiempo en el mundo que baste
para sostener la mirada eterna del ángel maldito.
Esa mirada de sencillez arraigada, amargada y pasajera,
de belleza sublime, y de fuerza abismada,
destinada a no ser entendida o capturada.

Una mirada seca, que no se arrastra, ni se detiene,
sin rumbo, ni bosquejo; delirio andante
que no cree, no entiende, ni piensa en respirar,
solamente respira, penetrante en su caminar.

Agobiada por lo que ve y por lo que siente,
terrible interrogante existencial.
La mirada sabe cosas que no dice, no puede,
porque un pensamiento mudo la hace divagar.

Para ella no existen la apariencia y el engaño,
pues todos guardamos vergüenza de lo que somos
y la mirada no dice, pero delata toda respuesta;
la tristeza y la alegría derraman lágrimas sin protesta.

Es posible que la mirada mate, pero no miente,
paraliza sin pestañear, orgullosa en su franqueza,
al mostrar todo lo que somos, todo lo que fuimos
y todo lo que llegaremos a ser, con profunda gentileza.

Solamente a través de ella conocemos la libertad,
una libertad expresada en silencio y sin rastro,
juzga, critica, asusta, atormenta, asesina;
y sin repercusión alguna.
Puesto a que la verdadera naturaleza del hombre,
es imposible de ocultar.

Aún cuando cubierta de manipulación y astucia
trata de escapar.
Una clase de santuario para nuestro pensar,
donde admiramos el mundo con los ojos abiertos,
la boca cerrada y la expresión ajena.

La ventana hacia nuestros pensamientos,
reflejando los “va y vienes”, del día a día,
y de la insufrible pero eterna, eternidad.